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LEOPOLDO LUGONES

sino una ilusión corporal en este mundo: una sombra del otro lado...

...Aquel más allá que tampoco percibía sino como una vaga quietud gris: una vaguedad de insomnio en la niebla...

Por esto, una de esas mañanas de esgrima, habíalo sorprendido su propio entusiasmo ante el doctor. Probablemente, díjose, debido a la misma intensidad del juego, si no a la pasión comunicativa de su adversario.

Concluída su lección, el maestro acababa de retirarse.

Sandoval atacaba con ímpetu, multiplicando los batimientos. El centelleo de su mirada era tal, que a despecho de la careta, la alegre valentía del hierro parecía iluminar su palidez. Aguantaba el otro, correcto, hasta reducir su línea al perfil de un rayo de luz; y con elástico apronte, recogíase en la guardia, envuelto por su inevitable punta.

De pronto, tras dos breves fintas, batió a su vez, entrando al grito.

Sintió a un tiempo caer un pedazo de hoja y hundirse su espada rota en la carne.

—Tocado!—gritó con arrogante homenaje Sandoval, empinando su careta.


XCVII


La estocada era mortal, y minutos después perdía el herido la palabra.

No la recobró sino poco antes de fallecer esa noche, para decir al oído de Suárez Vallejo con un soplo doloroso que aceleraba su estertor: