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EL ANGEL DE LA SOMBRA

insistencia atroz del grito materno en que clamaba el instinto infalible:

—Me la mató el mar! Me la mató el mar!

Pero el joven no le guardaba rencor, creyendo en la buena fe que parecía confirmar su tristeza trágica. Veía por el contrario en él algo de su pobre amor, que se lo tornaba a la vez lúgubre y simpático.

Los Almeidas habian decidido pasar el año en la estancia devastada por la inundación, no sólo a fin de reparar los perjuicios que fueron cuantiosos, sino para evitar las otras casas, demasiado llenas de recuerdos.

Cárdenas, leal siempre, no descuidaba un día a su amigo, multiplicando su ingenio con delicadeza "de hermana mayor" decía aquél. ¡Los sollozos que se había tragado, hasta socavar se garganta y corazón en ronquera de aneurisma!

Y en cuanto a Blas, Suárez Vallejo recordaría siempre aquel día de su llegada, en que, de pura pena, habíasele escondido tras la puerta de la estación, por no faltarle al respeto con el llanto que no iba a poder ahogar. Ahora vivía a su servicio en la pensión, o mejor dicho a su arrimo; y por la tarde, cuando salían todos, buscaba el umbral de la cocina donde se acurrucaba como un perro para llorar a solas.

Suárez Vallejo no tenía más distracción que sus asaltos de esgrima con Sandoval.

La existencia no le representaba ya sino una amarga espera, indefinida en titubeante estupor.

Existencia, que no vida, ya que él mismo no era