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LEOPOLDO LUGONES

Y ahora, sí, mucho más hondo, más negro, más fatídico, el pavor de comprenderlo!

La voluntad de morir había sido tan poderosa, que desintegró su ser para siempre.

No era la muerte, porque faltó el episodio mortal. Mas tampoco podía considerárselo ya un viviente.

La muerte requiere una causa material. Es un efecto. Pero la sola voluntad de morir puede ponernos espiritualmente del otro lado de la vida. A veces por un momento. A veces del todo.

Con qué desolada lucidez lo comprendía!

El camino del infierno empezaba, pues, para él. Otro y él mismo a la vez, era ya su propio fantasma.

¡Qué valía, con todo, su horror, ante el sacrificio de la celestial criatura?

Aquel sacrificio en que el Angel debía caer a la obscuridad y a la tristeza, al dolor y a la muerte, que son las miserias de la existencia carnal, para absorber hasta extinguirla en su propia intrínseca luz, la sombra separatriz del ser amado.


XCVI


Solitario aun el club en aquel final de temporada veraniega, casi no había más concurrentes a la sala de armas que Suárez Vallejo y el doctor.

Tácito convenio impedíales hablar de la desgracia, aunque atribuyéndose recíprocamente falsos motivos. Sandoval, alguna promesa impuesta al amante; el otro, aquel siniestro fracaso que el médico debió cubrir con una verdadera fuga, bajo la