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EL ANGEL DE LA SOMBRA

Inmóvil en el centro de su habitación, sentíase, no obstante, desplazado materialmente en un vacío sin término.

Caía?... Flotaba?...

Palpóse lentamente. La impresión que se causó fué como la del humo.

No. Eran sus manos las que parecían de humo.

Percibíase desde lejos, en aquella disgregación de su propio tacto.

Sus pies asentaban netamente en el piso, pero sin ninguna impresión de sensibilidad.

Y de pronto, su conciencia estalló en una explosión formidable y muda.

Algo que se anulaba en él, anulándolo, intentó asirse a su propio ser con el soslayo de un manotón errado.

Un frío lento iba yéndose de él como la empañadura de un vidrio.

Su mirada, lejanísima en la luz, era la misma línea del horizonte.

Más allá...

No. Más allá estaba él otra vez, opuesto a sí mismo, absolutamente lineal. Una línea, no más: su propia mirada.

El terror absoluto del horizonte...

... Un vértigo abismal, que era su propia mirada.

Y todo él cayendo en ella.

Caía?... Flotaba?...

Flotaba?... Comprendía?...

Comprender!...

Su corazón era un agujero doloroso... El dolor que debió agujerearle el corazón.

El dolor bienhechor del tiro!...