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LEOPOLDO LUGONES

sima desahogo interior que no alteraba su semblante. Parecíale que recordaba y no, con incongruencia de sueño:

...Una suntuosa cámara... El puñal que caía... Dos manos pálidas sobre un laúd... Un velo empapado en sangre...

—No abren la puerta de la eternidad sino la muerte aceptada o el sacrificio de un espíritu puro que cae en la materia con ese fin, adoptando una encarnación que ya no necesita. Vida por vida, según la inexorable ley. Pero encarnar es volver al dolor extinguido tras siglos de prueba... Por otros tantos quizá... Milagro de amor, tan difícil, hasta para los mismos ángeles de compasión!... Un grande acontecimiento que reanudará la historia de nuestras razas, a la cual ella y usted halláronse unidos, requerirá la colaboración de usted. Así podrá usted cumplir su destino; y mientras tanto, ella será vengada. Así también podrá usted acompañarla, para siempre ya, en el camino de expiación que se ha impuesto.

Elija usted entre perderla si la desoye, o seguirla a través del infierno que es la encarnación adoptada, con todas sus infinitas miserias, de las cuales será una ya esa venganza.

Porque al caer así en la materia, los espíritus de la luz se convierten en ángeles de la sombra.

Y ahora—quiere usted ser de los nuestros? Venir al seno de la Santa Fidelidad?


XCV


Apenas se vió a solas, Suárez Vallejo experimentó un terror inmenso y confuso.