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EL ANGEL DE LA SOMBRA

Ahogóse en la ronca exclamación la desgarradura de un grito.

Pero ella, sin atribuirlo más que a sorpresa:

—Ni preocupación ni contrariedad. Soy enteramente dichosa.

Su voz había recobrado la dulzura y firmeza habituales; pero sus ojos seguían entornados. Sandoval, a su vez, bruscamente endurecido por la certidumbre, insistía con canallesca autoridad:

—Y?...

Mas como Luisa alzara en eso los párpados, evitó su mirada escurriéndo se un poco hacia la cabecera para ocultar la demudación.

—A usted—prometió ella—a usted que ha sido para mí como un padre, se lo diré primero si me decido a hablar. Antes que al mismo papá—añadió resuelta.

Un vahido la descompuso, y la sombra de sus pestañas pareció difundírsele por el rostro como una opacidad de ceniza.

Aquel pasajero desmayo no impidió partir al doctor, tan segura fué la reacción de la enferma.

Sólo que para él empezaba el desenlace... No volvería ya hasta que el nuevo ataque, el último sin duda, requiriera su impostergable asistencia. Su curiosidad desgarradora, desaparecía, por lo demás. Qué le importaba el otro ya, si él era el verdadero dueño? Si ya no sería de ese otro? Si, tal vez, ni verse más podrían? La reclusión que dejaba prescripta era tan rigurosa, y el propio Suárez Vallejo que, a no dudarlo, sólo por condescendencia permanecía allá, no paraba en el chalet. Ha-