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LEOPOLDO LUGONES

—Siempre hay que pensarlo así, tratándose de una muchacha hermosa.

El doctor logró disimular un estremecimiento.

—Pero, insistió—yo hablaba de alguna simpatía seria, profunda...

Sin explicarse por qué, sintió el joven la necesidad de esquivar una recóndita amenaza:

—La creo incapaz, doctor, de una simpatía superficial.

—Tiene usted razón—asintió el otro casi en voz baja.

Al caer la tarde, siempre lluviosa, mientras paseándose solo por el salón, felicitábase de la ingeniosidad con que pudo decir lo necesario, sin traicionar su secreto, vió llegar a la tía Marta.

Bastóle una ojeada para comprender que su impresión no era satisfactoria. Y palideciendo con ansiedad:

—Una nueva crisis... —insinuó, en vez de interrogarla.

—No, no. Tranquilícese. Está bien... —es decir, descansa. Pero aunque yo nada sé de esto, aunque nada vale mi opinión, tan perturbada como estoy por la zozobra... por los desvelos... —qué quiere, será así. .. será así... —pero no veo venir la reacción en que Sandoval confía...

Contúvose de pronto. Por qué hablaban en esa forma?... Por qué le decía ella "tranquilícese"?... Por qué estaba revelándole así su íntima congoja?...

Suárez Vallejo cedió de golpe a su vez:

—Por favor, por favor!...

—Usted que es tan buena... Dígame todo por favor!