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EL ANGEL DE LA SOMBRA

cariño, sólo obtuvieran pertinaz silencio, preguntó con ligera incomodidad:

—Por qué diantre quieres llamarte Luisa?

Entonces la criatura afirmó dulcemente, alzando sin pestañear sus ojos serenos:

—Porque ese es mi nombre, papá.

Lo curioso era que ni entre las relaciones, los parientes o la servidumbre, había ninguna Luisa.

Durante algún tiempo, los más allegados de la familia y de la amistad, entretuviéronse en procurar sorprenderla, llamándola de repente Eulalia, cuando se hallaba de espaldas o distraída. Nunca respondió ni dió señal de que oyera.

Cuatro años después, habiendo impuesto ya su nombre adoptivo, Efraim que le llevaba cuatro también, decidía firmarse con la inicial solamente, para disimular así, dijo, la cursilería novelesca del homónimo. Su apodo escolar de Toto generalizóse con ello; y por consentimiento o por ignorancia, viejos y jóvenes olvidaron al fin la realidad nominativa y romántica...

Sólo la desolada doña Irene obstinábase en su fiasco literario.

Y precisamente una tarde, a la tercera o cuarta visita de Suárez Vallejo, que no obstante su pobreza y su insignificancia social, entró de confianza, por ser literato, había sacado la conversación con buena maña.

Suárez Vallejo supo así el verdadero nombre de Luisa, que consideró, a su vez, insignificante, fuera de los versos donde correspondía sin duda al "aire suave" de la melodía evocada; y aquel capricho de niña, que le causó cierto interés.