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EL ANGEL DE LA SOMBRA

dad, sonroseando su cándida muselina, pareció transparentar la suavidad de una larga perla.


LXXIX


Durante la permanencia de Sandoval fué necesario suspender dichas pláticas, pues tampoco salía aquél bajo la intemperie, habiendo organizado al efecto ejercicios eventuales de esgrima con Suárez Vallejo, muy dedicado a complacerlo por recóndita gratitud.

Pero cierto caso urgente reclamó la presencia del doctor en la Capital; y como Luisa hallábase tan buena, dejóle hasta la autorización de salir las noches calmosas, o pasear por el jardín interior del chalet, donde había un estanque en cuyos bordes érale a ella grato atardarse con el crepúsculo—"para ver pensar el agua".

Suárez Vallejo había admirado la poética originalidad de esta expresión que ella soltó al pasar, bajo la influencia nocturna cuyo misterio tanto la impresionaba.

Poco a poco, fueron prolongándose los paseos, favorecidos por noches de tibieza dulcísima cuya morbidez, según don Tristán, presagiaba violentos temporales. Iban todos los cinco, porque Toto faltaba como es de inferir, al parque vecino, sobre el cual daba un costado de la mansión.

Avenida por medio con la ribera, donde siempre había demasiada humedad, una vieja glorieta municipal ofrecíase, solitaria, a su descanso. Conservaba un poyo a medio derruir y una madreselva tan generosa, que daba flores sin cansarse a todos