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EL ANGEL DE LA SOMBRA

do... Hasta la canallada que le han hecho y que bien veo de dónde sale.

—Qué canallada?...

—Cómo qué canallada! Bien se ve que anda por las nubes. Pero el aviso al chico Almeida! No me dijo usted mismo—y lo creo—que si el muchacho descubre la cosa los ultima a los dos?... Que al irse le vió patente el bulto del revólver?...

—Ah, cierto. Y usted cree...

—Lo que debía suceder. Dedíquese a protector de bribones! A sentimentalismos con la chusma desagradecida!...

—No vaya a cometer alguna injusticia, Cárdenas.

El escribano echóse francamente a reir.

—Déjelo a mi cargo. Pero no vuelva a recomendarme personal de servicio. No tiene mano para eso. A otra cosa, en fin: y la licencia?

—Es verdad. Aquí tiene la solicitud de prórroga. Pero aunque esté por vencérseme el mes concedido, no la presente sin que yo se lo advierta.

Cuatro días después que los Almeidas, partió a su vez, una luminosa tarde. Bajo la polvareda cernida de sol, la ciudad parecía hundir se tras él en la cola de un cometa dorado; mientras en el horizonte que iba a trasponer, las nubes abrían a su destino un país de oro y de ensueño.


LXXVI


Ante la meseta que acababa a pico sobre la playa arenosa, festoneada de espuma, abríase, como suspendido del cielo, el mar tranquilo de la mañana. La mitad del agua era perfectamente azul bajo el