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LEOPOLDO LUGONES

permiso; debiendo a aquella milagrosa economía de trescientos pesos que le hizo Cárdenas durante la inspección, la posibilidad de renunciar al suplemento de las lecciones de aplazados y disfrutar vacaciones por primera vez.

—Vacaciones de bodas—decíale el escribano radiante de contento. Sepa amigo Vallejo que es usted el hombre más dichoso del mundo, y yo el más feliz de que usted lo sea con su tesoro. Porque esto no es un decir. Qué tesoro de criatura! Le aseguro que cuando la veo, me entran ganas de "postrarme ante ella de hinojos" como decían unos versos del coronel que empiezan así:


Postrado ante ella de hinojos,
De los querubes hermana...


Porque mi tío, amigo Vallejo, era bastante buen poeta (mejorando lo presente)... y qué preciosa se le ha puesto! Repito que no hay en el mundo hombre más dichoso...

—Dígamelo a mí! Pero después de ella usted, amigo Cárdenas. Cómo le puedo agradecer tanta bondad, sino recargándolo con mayores exigencias. Qué le parece?... Tengo que nombrarlo todavía mi apoderado temporal y espiritual, porque debo confesarle que estoy viviendo como en un sueño. Me siento indiferente a la realidad, y para mí el mundo es un canto...

—Eso también se lo he oído al coronel: "los enamorados viven por música", decía. Ocúpeme no más. Para eso estamos los hombres. Váyase tranquilo. Yo me encargo de todo. Yo le arreglaré to-