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EL ANGEL DE LA SOMBRA

del rostro, que fué lentamente serenándose bajo una augusta claridad.

Dos lágrimas brillaron sin desprender se en la comisura de sus párpados...

Su respiración enronquecía y se apagaba...

De repente, un hondo hipo lo sacudió; su mano crispóse, rígida, sus ojos abriéronse enormes, terribles, clavándose en los del joven.

Charles!... Tu, sais?... Toi... —balbuceó con voz opaca, extraviada ya en lo ulterior, como un eco.

Y se cortó en un aliento lánguido.

Los dos hombres miráronse con aterrado asombro.

Aquella mirada suprema... Aquel tuteo ansioso de la agonía...

Sería "eso", acaso, un secreto que el infeliz acababa de llevarse a la tumba?


LXXIII


Esperaba Toto junto al teléfono la hora exacta de su coloquio matinal con Adelita, quien, imperiosa siempre, exigía la más rendida precisión, cuando importuna llamada púsolo en comunicación con alguien que preguntaba por él.

Nombróse al acto, no se interpusiera en eso la otra llamada, y con doble displicencia por tratarse de un interlocutor anónimo.

Mas a las primeras palabras su fastidio trocóse en atroz sorpresa.

"Un amigo" hacíale saber que su hermana tenía citas con Carlos Suárez Vallejo en su despacho de