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EL ANGEL DE LA SOMBRA

Cómo iba a ser posible, por Dios! Cómo era posible!

Martirizábalo hasta el desgarramiento su sencilla tranquilidad ante el grande abismo, su risueña seguridad de niño que juega en la ribera...

¿No hallaba todavía preciosa aquella enfermedad que, convirtiendo en órdenes sus caprichos, permitíale imponer las lecciones, para volver a verse, salir a sus compras cuando quería y de ese modo...

Acurrucose en su pecho con tan mimosa pequeñez, que la sintió palpitar como un pajarillo.

Si ya estaba sana! Si ya nada tenía! Era miedo, no más, que les quedó al doctor y a los otros.

Entrañábase con mayor intimidad su ronco arrullo.

—No temas por mi debilidad, amor de mi alma!... Hazme más tuya para quererte más!...

Y estrechábase al amado con una desesperada incredulidad de recobro, sintiendo, en un arrebato de vida, la imperiosa profundidad con que en ella triunfaban su cariño y su fuerza.

Si aquella enfermedad había sido una bendición!

Cuando se instalaran en el balnearío, invitaríanlo para continuar allá las lecciones. Era cosa resuelta. Había toda un ala del chalet destinada a los huéspedes... Dos departamentos altos... Uno para el doctor ... Desde los balcones se dominaba el mar.

Vería qué azul de agua y de cielo! Cómo iban a quererse ante aquella hermosura!

El obtendría fácilmente permiso. Recordaba haberle oído decir que nunca lo solicitó, aunque tenía derecho a vacaciones, y que así aprovecharía cuan-