mento de poema, como aquel tesoro escondido del poético adiós?...
Y alguna vez, con ironía melancólica, sorprendióse todavía llorando.
Pero éstas eran ya las tiernas lágrimas que es dulce derramar en la sombra dichosa del alma y de la noche, cuando bajo la plenitud estelar, en copa de fragancia cuaja el misterio del rocío.
Dos estaciones antes de la terminal, Suárez Vallejo, acodado en la ventanilla, vió que Blas subía al tren.
Medrosa y gratamente sorprendido a la vez, tuvo acto continuo la explicación del caso:
—Don Fausto recibió hace dos días su telegrama, y me ordenó que fuera a la estación con el cupé, y que guardara reserva porque usted quería que nadie supiese nada. Pero la niña me tenía mandado que viniera a esperarlo acá, para decirle que no fuera esta noche a la casa, porque ella tiene que hablarlo antes, y que irá a verlo mañana como a las diez. Está muy sanita ¡y de linda, don Carlos, que no es por desmerecerlo, pero qué suerte tiene usted! Cómo se va a poner de contenta, ahora cuando le lleve la noticia! Lo malo es que quiere darme plata. Usted va a tener que decirle, don Carlos, que no me ponga en esa aflición. La niña lo hace de buena, compriendo... Pero me ofende sin querer...
—Y cómo te arreglarás para avisarle?...