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LEOPOLDO LUGONES

recordar al doctor: la defensa está en la punta, no en la guarda. Una noche, al salir del teatro, Toto y el amigo que más de cerca la cortejaba, propusieron finalizar la reunión en la confitería de moda, con Adelita y su mamá que formaban parte del grupo. Pero al trasponer el portal, las señoras advirtieron que el tiempo acababa de descomponerse y que era imprudente proseguir, dado el desabrigo de las muchachas.

Reinaba, en efecto, una helada brisa de las que solían alterar el acabo de la primavera con chubascos cuya inclemencia exasperaba la ya anómala frialdad.

Pero la gente joven protestó de las precauciones extremosas. No iban a asustarse por un poco de viento, ni amenazaba lluvia. Y aunque así fuera... Los coches estaban allí...

Con todo, la detención a que hubo de obligarlos en la acera el turno, retardado aun más por la simultánea salida de un music-hall vecino, resultó sumamente desagradable. Luisa sintióse aterida hasta tiritar, y una tosecita seca que sin embargo apenas advirtió, acometióla dos o tres veces en el trayecto.

Al salir de la confitería, donde todo pareció haberse calmado, repitiósele la tos y pasóle el pecho una honda puntada. Contúvose discreta; pero más aun que el dolor, angustióla casi brutal la desolación de su amor ausente.

Oyó como lejana la voz de Toto que acababa de consultar su reloj:

—La una menos diez...