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LEOPOLDO LUGONES

Suárez Vallejo se puso pálido.

—De modo que usted sabe...

—Sé más aún—interrumpió el otro con imperio. Ella estuvo en lo justo cuando quiso acompañarlo acá. Era la hora del destino!

Y cortándole palabra y ademán con dominante mirada:

—Ahora que usted comprende que sé, creerá, sin duda.

Suárez Vallejo alargó maquinalmente la mano hacia la cigarrera, pero el vidente la apartó con suavidad.


LVII


"Soy también uno que cayó por un ángel. Estoy aquí, en esta soledad del mundo, para empezar mi expiación. Ella consiste por ahora en un encargo. Debo hallar en estas comarcas dos hombres cuyos destino va a cumplirse en la eternidad, y usted es uno de ellos. El nombre de Juan Medina, que llevo, es un seudónimo de los que adoptan acá los árabes, dada la difícil pronunciación de los suyos. Mas, para usted, me llamo Ibrahim Asaf."

"No sé si cree usted en la vida futura. Yo podría darle la prueba real de su existencia. Pero sepa usted que su suerte estuvo unida ya una vez a la hermandad que me ha enviado. Algún día, quizá, hablaremos de eso, y usted oirá al menos una interesante narración del tiempo de las Cruzadas..."

"La duda que respecto a mí acaba de asaltarlo, es perfectamente justa. Yo podría, en efecto, ser un impostor; mas lo que voy a decirle compraba-