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LEOPOLDO LUGONES

carta, cuando en una súbita agravación del silencio, notó que el reloj acababa de pararse.

Habíale dado cuerda, sin embargo, y lo comprobó acto continuo. Sacudiólo en vano, movió los punteros que señalaban la una menos diez, con resultado igualmente nulo...

—Será el frío—díjose con la anticipada molestia de la dificultad que suponía una compostura en tal paraje.

Y volvió a su meditación.


LVI


Consultada al respecto, doña Dalmira indicó que en el pueblo vecino, el agente consular de Turquía, comerciante acopiador, solía también oficiar de relojero.

Suárez Vallejo recordaba haberlo visto una sola vez, cuando se lo presentó por cortesía oficial el encargado de la Aduana, quien apreciábalo, según dijo, como hombre serio y capaz. Habíale causado, en efecto, buena impresión su tipo enjuto, de ojos verdes y corva nariz, que tornaba más aguileña el relieve de pómulos y mandíbulas.

Volvió a satisfacerlo la comedida mesura con que lo recibió, ajustándose acto continuo el monóculo de aumento para examinar la avería. Su tupido cabello gris brillaba como un terrón de galena.

En el silencio del despacho interior donde lo introdujo por cortesía, crujió, neto, el probado resorte.

—No tiene nada—murmuró sin levantar la cabeza. Et pourtant e'est drole, ma foi!...