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LEOPOLDO LUGONES

varió lo más mínimo su actitud. Tendió como siempre la mano al "profesor"; y sólo la iluminación fugaz de sus ojos, expresó al amante la dicha orgullosa que le inspiraba el poeta de su tesoro.


LI


La actitud de Luisa, que admiraba cada vez más, aunque sin salir de su primer asombro ante ella, ayudóle a dominar la impresión de orfandad desolada cuya habitual congoja habíalo asaltado al hallarse en la avenida desierta.

El jueves temprano, entrevistóse con Cárdenas a quien nada decía de sus amores, aunque el malicioso escribano le sacaba por la cara, en silencio prudente y regocijado a la vez, su feliz secreto. Quería hacerle los últimos encargos:

—Ya que se empeña en asignarme emolumentos, aunque en la práctica que adquiero está mi retribución, cuando paguen los honorarios de aquellas escrituras, mándele abonar a mi patrona la pensión atrasada de M. Dubard. Le he salido fiador sin que el pobre viejo sepa, porque de seguro no lo habría aceptado. Ya sabe lo delicado que es. Pero visítelo en mi nombre. Está muy enfermo. Va a durar poco, me parece... Del sueldo que me cobre, páguemele a Blas su mes de coche, o lo que salga hasta mi regreso. Y creo que ya no tengo más molestias de darle... Ah, sí, me olvidaba. El pícaro aquel del asalto, va a salir pronto en libertad. Agradecido a mi declaración compasiva, y dispuesto a enmendarse, me pide que le consiga un puesto de ordenanza. Queda con la mano falseada