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LEOPOLDO LUGONES

Lo catan ya desabrido.
Una vida en cada beso
Se han jugado con peligro;
Mas: con la muerte compraran
El que darse no han podido.


Un tesoro que tenían,
Ocultar han conseguido.
Suplicio, infierno y tesoro,
Por junto llevan consigo.
El infierno era la ausencia,
El silencio era el suplicio,
y el beso que no se dieron
Era el tesoro escondido.


L


Suárez Vallejo leyó en la sobremesa del miercoles su tríptico anticipado a manera de homenaje que mereció, por cierto, unánime aplauso. Hallábanse presentes también los íntimos de la casa, Adelita y Sandoval: ella tan bonita y elegante como siempre; el doctor un poco más rehecho al parecer.

Luisa había estado admirable de naturalidad; y con ser aquellos versos los primeros que inspiraba su amor, no menos que inminente la despedida, nada traicionaron su palabra ni su expresión. El mismo Suárez Vallejo sintióse asombrado ante esa sencillez tan noble como valerosa. Cuánto y cuánto más la quería así—tan digna de su tesoro escondido...

La primera en opinar fué Adelita: