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LEOPOLDO LUGONES

Su propósito fué advertírselo, por cierto, ésa misma tarde. Como no era por mucho tiempo, ni su ausencia reportaría inconveniente alguno...

—Al fin seré yo quien más los extrañe, dijo con sinceridad.

—No veo el motivo, replicó Luisa. Nos extrañaremos igualmente, como buenos amigos.

Y feliz hasta la travesura, al sentirse envuelta en su mirada de amor:

—Porque no creo que se proponga hacer el cónsul sentimental!...

—Después de Stendhal, sería cursi—afirmó él riendo de buena gana.

Aquella malicia dichosa tornábasela más adorable.

Una severa mirada de Tato contúvola con ligero sobresalto.

—Y cuándo es el viaje?—preguntó la tía.

—El jueves próximo. Salgo por el nocturno de las diez.

—Así es que comerá el miércoles con nosotros...

—Y será mi mejor augurio de viaje y mi mejor recuerdo.

—Supongo que nos escribirá.

-Francamente, lo haré si hay por allá algo que merezca la pena; y desde luego, sin reclamar contestación.

—Porque es tan fastidioso escribir cartas... —aprobó Luisa con indolencia.

No hubo ya lección esa tarde; y como Adelita continuaba exigente, Tato salió. Pero los enamorados no tuvieron sino un momento muy breve para hablarse. El domingo, con todo, ya que esa tarde parecía imposible, procurarían darse el último beso.