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el anacronópete

—Mejor—contestaba aquel segundo Otelo.—Así acabaremos de una vez.

Y los angelitos yacían tendidos en el suelo agitando brazos y piernas en la inacción de los primeros meses y llorando á pulmón lleno. Compadecidas de su situación, cada hija de Eva tomó en brazos al suyo y se puso á pasearlo por la cala viéndolos mermarse progresivamente, en tanto que el implacable tío se frotaba las manos con satisfacción y sonreía con satánico gesto.

—¡Luís mío!—repetía Clara anegada en llanto y tributando sus caricias á aquel residuo de su capitán de húsares.

—¿Ya no tienes una gracia para tu Juanita?—preguntaba á su microscópico Pendencia la de Pinto.

Y el bribón del asistente, como si aún quisiera darle una prueba de su travesura, le mordió el vestido por la parte en que á los niños de su edad se les sirven los alimentos.

De pronto aquellas mujeres se quedaron pálidas con los brazos cruzados sobre el pecho; ya no abarcaban objeto alguno: el ejército se les había disuelto entre las manos.