Esta página ha sido corregida
91
el anacronópete
ron de sus cuerpos salientes y, escalándolos con la entereza que da el fanatismo, lograron introducirse por los tubos de desalojamiento antes de que el coloso emprendiese la marcha.
Pasado el primer momento de estupor, en que nadie osaba levantar los ojos ante aquellos morazos de seis piés de altura provistos de gumías y espingardas y llevando escrito en el rostro el vengativo ceño del enemigo derrotado, Naná se resolvió á preguntar á don Sindulfo:
—Diga usted. ¿Nos harán algo?
—Á nosotros rebanarnos el pescuezo; y á ustedes llevárselas al harem en calidad de odaliscas.
—¿Con los eunucos? ¡Qué horror!—articularon las aludidas por lo bajo.
—Pues lo que es al harem—interpuso Juana enca-