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enrique gaspar

Un grito de asombro resonó en el cuarto y la algarada se hizo general cuando Sabina, que consultaba con la mirada á Niní, vió que de la boca de esta, abierta por la sorpresa, salía un diente postizo disparado por el empuje de otro verdadero que tomaba su lugar. Simultáneamente el rubio añadido de Naná, perdido el color y falto del cordón que le sujetara, caía en el suelo mientras su cabeza se cubría de sedosas hebras capaces de causar envidia á la Margarita del Fausto.

—Mirad á Emma—vociferaba una.—Ya no tiene pata de gallo.

—Y Coralia ha perdido su berruga—exclamaba otra.

—¡Qué tersura la de mi cutis!

—¡Qué morbidez la de mis hombros!

—¡No más canas!

—¡Ya somos jóvenes!

—¡Viva!

Y todas consultaban los espejos de sus estuches ó se miraban en cualquiera superficie bruñida, distribuyéndose besos y abrazos en el vértigo de su admiración.

La causa de tan maravillosos efectos se explica muy fácilmente. El tiempo empujado hacia atrás verificaba su obra de destrucción; las viajeras no habían sido sometidas á la inalterabilidad; pero sus trajes tampoco. Así es que cada minuto que transcurría dejaba lo mismo en su organización física que en su tocado la huella del retroceso; pues todo en ellas caminaba hacia su origen; y del mismo modo el papel pasaba de la consistencia del billete á la trituración del batán y á la primera forma de guiñapo, que el raso se metamorfoseaba en mariposa para degenerar en larva y reducirse á semilla. Nada más encantador que aquellas turgentes formas mal cubiertas por racimos de capullos de seda entretejidos con vellones de finísima lana y contrastando el dorado color de sus tenues fila-