en el pleno ejercicio de sus facultades quieran volver á tentar fortuna?
—No lo espero. De todos modos este no es más que un ensayo de que desistiremos si no salimos airosos, ó que en caso contrario repetiremos en grande escala. ¿Qué responde usted al ministerio?
—La misión me honra sobremanera para rechazarla; pero debo advertir á usted que yo viajo con mi sobrina y...
—No tema usted el menor desafuero. Se portarán dignamente. Ya las hemos exhortado y el miedo al castigo las contendrá.
—Lo celebraría aunque lo dudo.
—Se lo aseguro á usted; la amenaza es temible.
—¿Cuál se les ha impuesto?
—No quitarles ni un año de encima si se exceden en algo.
—Tiene usted razón; me tranquilizo.
—¿Estamos de acuerdo?
—Completamente.
—El gobierno sabrá recompensar á usted favor tan señalado.
—Me basta conseguir por premio que Francia sea digna en el orden moral de la supremacía que por tantos otros conceptos se ha conquistado en el mundo.
Terminada la entrevista, el cortejo con don Sindulfo á la cabeza salió del pabellón, á cuya puerta esperaban en sus carruajes las alegres expedicionarias que, apeándose, se agregaron al grupo oficial, tomando todos juntos la dirección del Anacronópete.
Llegados al pié del coloso cruzóse un último adiós. El sabio, Benjamín y las viajeras penetraron en el vehículo y éste, herméticamente cerrado, atrajo desde aquel momento las miradas de todos los circunstantes.
No habría transcurrido un cuarto de hora, cuando un murmullo de dos millones de almas onduló en el