tado en que los excesos y la depravación las han sumido y que las hacen ineptas para los puros goces de la familia. El gabinete, pues, en consejo extraordinario, me encarga ser intérprete de sus sentimientos cerca de usted y me comisiona para dirigirle á usted una proposición.
El prefecto acercó más aún su silla á la de don Sindulfo y prosiguió de esta manera:
—¿Hemos entendido mal ó es cierto que con el maravilloso vehículo de su invención puede el navegante rejuvenecerse á medida que retrograde en el tiempo?
—Así es, con tal de que previamente no se haya sometido á la inalterabilidad de las corrientes del fluido que lleva mi nombre; pues de otro modo vería pasar los siglos sin experimentar alteración alguna.
—¿En qué tiempo puede usted recorrer un espacio de veinte años?
—En una hora.
—¿Y llegado á ese término, le es á usted dable perpetuar la edad de la persona en el punto porque entonces atraviese?
—Sin ningún obstáculo.
—Pues bien. El plan del gobierno es rogar á usted que acepte en la expedición una docena de señoras que frisen en los cuarenta: (edad en que la vejez no las ha hecho aún desistir de las ilusiones; pero harto avanzada en mujeres de su condición para abrigar esperanzas de medro), y ofrecerles que en sesenta minutos van á reconquistar sus veinte abriles. De este modo, es indudable que, aleccionadas por la experiencia, y arrepentidas por el fracaso, al encontrarse dueñas de sus hechizos por segunda vez, sigan la senda de la morigeración y abandonen la del vicio.
—Plausible es la intención. ¿Pero no teme usted, señor prefecto, que si lo que entra con el capillo no sale sino con la mortaja, las buenas señoras al verse