cía al entusiasmo popular por el invento de su tío, las pobres prisioneras que ignoraban en absoluto los propósitos del tutor, prorrumpieron indignadas en invectivas contra aquel monstruo que con su silencio las obligaba á una peregrinación tan llena de peligros.
—¡Eso es imposible!—balbuceaba la huérfana.
—¡El demonio del sabio!—decía la Maritornes. Pues ni que fuéramos cangrejos para andar hacia atrás!
—¡Digo! Y tú que erez tan echada para adelante.
¡Huyamos!—repetía Luís apercibiéndose de que la gritería era cada vez más cercana.—Huyamos, no para esconder nuestro amor, sino para pedir á la justicia el amparo que la ley te debe.
Esta juiciosa observación produjo su efecto. Los minutos eran preciosos; el tirano se aproximaba; un espantoso porvenir podía ser el resultado de aquella perplejidad.
—Sea pues—exclamó la pupila resueltamente.
Y todos se encaminaron á la mina.
Pero al querer penetrar por la abertura la encontraron obstruída.
Un desprendimiento del terreno les había cortado la retirada.