parable Benjamín, los diez y seis hijos de Marte saludaban la llegada de su capitán con el último golpe de piqueta que los colocaba bajo la plaza enemiga. Al salir del foso se encontraron en una estancia rectangular de la altura de un hombre buen mozo. Era el podio ú obra muerta del aparato para precaverle de las humedades en las paradas.
El plan de los invasores era romper á hachazos el suelo del Anacronópete; pero con gran sorpresa suya, se lo encontraron abierto, pues el vehículo tenía en el fondo para la limpieza de la cala una compuerta que funcionaba eléctricamente con el mecanismo de una guillotina horizontal y que, sin duda con el objeto de dar mayor ventilación al piso bajo no se habían cuidado de cerrar, muy agenos de que por allí pudiera tener efecto un ataque subterráneo.
—¡Arriba!—fué el grito unánime;—y transponiendo escaleras, cruzando corredores, invadiendo salas, llegaron á donde estaban las cautivas, que no pudieron reprimir un grito de terror al ver delante de si á tantos hombres con armas que á prevención para cualquier evento llevaban consigo.
El acto del reconocimiento no hay para qué pintarlo. Siéntanlo los que sepan amar.
—Huyamos, mi bien—fué la primera frase que Luís acosado por el tiempo y las circunstancias acertó á decir á su prima.
—¡Oh! Nunca—le respondió ella.—Cualquiera que sea mi suerte, la soportaré resignada antes que faltar al juramento que hice á mi madre moribunda. Te amaré siempre; pero huir contigo no lo esperes de mí.
Los ruegos, las exhortaciones, las lágrimas eran inútiles ante la irrevocable resolución de aquella hija sumisa y obediente. Perdida parecía ya toda esperanza cuando las aclamaciones de la multitud penetrando en el recinto indujeron á Clara á inquirir el origen de tamaña confusión. Cuando Luís le explicó que obede-