fábrica. ¿No has visto los planos expuestos en la sección de París? Las alcantarillas son más altas que esta bóveda.
—¡Cómo!—exclamó Pendencia abriendo desmesuradamente los ojos.—¿Aquí hay zumieroz?
—¡Qué duda cabe! Mira, el principal circula casi tangente al aparato.
—¡Digo! Turgente y todo, y ce eztá uzté con la lengua pegada al paladar?
—No te entiendo.
—Ci uzté no ha nacido para la guerra. Como genioz militarez Napoleón y yo.
—¿Te explicarás?
—Puez ez muy cencillo. Ci don Cindulfo tiene para zu defenza ezcarpaz y contra-ezcarpas, nozotros para el ataque le abrimos minaz y contraminaz. Cabayeroz... al albañal.
Un entusiasta viva acogió la idea del cordobés. Indudablemente la alcantarilla era la última trinchera del amor. Reconocidos los planos vióse con placer que bastaba abrir una galería transversal de pocos metros para encontrarse debajo del centro matemático del Anacronópete. Sobornar al encargado de la limpieza en aquella sección, fué obra tanto más fácil y hacedera, cuanto que el individuo en cuestión era rayano de España por el lado de Canfranc y gustaba de las peluconas de Carlos IV, que Luís no le escaseó para lograr su objeto.
El tiempo apremiaba, pero contra diez y siete españoles, de los cuales la mitad se componía de aragoneses y catalanes, no hay obstáculos, sobre todo tratándose de militares siempre á las órdenes del general No importa.
Los picos y azadones fueron abriendo paso; los puntales formando túnel y por último, el día fijado para el inverosímil viaje, mientras don Sindulfo daba su conferencia en el Trocadero acompañado de su inse-