Agotados por fin todos los recursos, un día se confabuló con el suizo de la iglesia á que asistían sus compatriotas y, ocupando su puesto á la vanguardia del postulante que durante la ceremonia recoge las limosnas de los fieles, se aprestó a entregar una carta á Clarita; pero la falta de costumbre de circular por entre las filas de los reclinatorios, cargado con la alabarda y el palo de tambor mayor, le hizo enredarse en el espadín en momento tan inoportuno que, cayendo sobre el sabio mientras la peluca se posaba en el devocionario de un caballero y el tricornio en la cabeza de una devota, descubrióse el pastel y don Sindulfo abandonó con su gente el templo regresando al Anacronópete que en adelante quedó convertido para todos sus moradores en prisión celular.
Los días que siguieron á esta catástrofe fueron de desesperación para el enamorado Luís que veía desaparecer sus esperanzas, y para el asistente y sus quince compañeros que sentían aproximarse la hora de la expedición al pasado sin recoger el fruto de sus maquinaciones. El único consuelo del capitán era colocarse con los muchachos en la galería del arco central del palacio de la exposición y contemplar desde allí el Anacronópete que á un centenar de metros se erguía con la sombría majestad de un inmenso sepulcro.
Una tarde, que como de costumbre se hallaban ocupados en esta contemplativa tarea proponiendo quién enviar una misiva encerrada en un proyectil hueco, quién valerse de la balística para lanzar un hilo telefónico, empezaron las nubes á arrojar agua que no parecía sino que se desprendian sobre la tierra las cataratas del cielo.
—Buena va á ponerce la dizpocición ci hay alguna gotera—dijo el asistente prestando oído al diluvio que con fragor se despeñaba por los canalones.
—No hay miedo—le arguyó su amo.—Tal vez los desagües son los trabajos mas portentosos de esta