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enrique gaspar

usted candados hasta en las vidrieras?—replicó Juanita con su respingo habitual.

Don Sindulfo no juzgó conveniente dar más explicaciones y se dirigió á su cuarto contiguo al de las reclusas; pero al volverse de espaldas dejó ver unos papeles que, pendientes de un hilo y enganchados á la levita por un alfiler, le había prendido Pendencia durante su trayecto por el boulevard; y de los que Juana se apoderó graciosamente mientras su amo abría la puerta, pues tanto la fregatriz como su señorita estaban seguras de que Cupido había de aprovechar la primera ocasión que se le presentase de comunicar con ellas.

Apenas se quedaron solas empezó la lectura de las cartas. La de Luís encerraba mil protestas de amor para su prima, dándole la seguridad de que en breve se vería libre del yugo de su implacable tío.

La de Pendencia era tan lacónica como digna de conocerse. Decía así:

«Mi coracon es pera, Y a esto y acui coma tullo asta la merte ilo es Roce Gomec.»

Juanita, acostumbrada al estilo epistolar de su soldado comprendió que aquello quería decir: « Mi corazón espera. Ya estoy aquí. Coma (ó sea la puntuación escrita.) Tuyo hasta la muerte. Y lo es Roque Gómez.»

Al día siguiente Luís ocupaba ya un cuarto en el hotel de la Concordia. Por fortuna don Sindulfo, que marchaba el primero, pudo verle al entrar en el comedor, y retrocediendo antes de que los demás le apercibiesen, volvió á subir las escaleras con todos y dió orden de que en adelante les dieran de comer á él y á los suyos en gabinete aparte. Redobláronse las precauciones: cada vez que el tutor se ausentaba, Benjamín quedábase de centinela; pero, vano empeño; Luís sobornaba al criado de turno y las cartas iban y venían liadas en las servilletas, que era un llover. ¿Descu-