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el anacronópete

—Pues entretente—añadió—en quitar las capas de basura y verás cómo consigues sacar á luz los hornillos.

—¡Ay! No me haga usté reir. Pues si eso fuera posible ya se hubiera usted puesto como nuevo rascándose con un cuchillo las capas de años que le sobran.

Don Sindulfo se las iba á echar de matón; pero una idea súbita cruzó por su mente y se quedó en un pié como las grullas y en la actitud de Caín al oir al Señor preguntarle: «¿Qué has hecho de tu hermano?» Aquel sér vulgar sin la menor noción científica acababa de iniciarle en la solución del problema que perseguía con tanto empeño.

Desde aquel instante puso manos á la obra. La física, las matemáticas, la geología, la dinámica, la mecánica, el cálculo sublime, la meteorología, todo el saber humano en fin, espoleado por su amor y azotado por sus celos, le abrió sus más recónditos enigmas, y reduciendo a una fórmula su maravillosa invención, sentó el axioma de que retrogradar en los siglos no era otra cosa que deshollinar el tiempo.

Algunos años, todo su capital y gran parte del de su sobrina, se invirtieron en la construcción del Anacronópete. Entre tanto los novios esperaban pacientemente y aventuraban, aunque en vano, alguna tentativa de transacción. Don Sindulfo ejercía cada vez mayor vigilancia, ocultaba á todos, excepto á Benjamín, el trabajo que le absorbía y daba rienda suelta a su pasión con la ilusoria esperanza de la victoria.

La terminación del aparato, coincidiendo con la apertura de la Exposición Universal de 1878, permitió por fin que un día se cargasen varios wagones con todas sus piezas desmontadas; y, encajonados en un coche de primera el inventor, su amigo, la sobrina y el sinapismo de la criada, emprendieron todos súbitamente el camino de París, donde el enamorado tutor se proponía, libre de las persecuciones del húsar,