—Pues miste; finalmente, que á la señorita y á mi no nos da por la cencia sino por la melicia.
—¿Cómo?
—Que ella quiere retemucho á su primo don Luís el capitán de húsares, y yo á su asistente Pendencia; que dentro de tres días llegarán de guarnición á Madrid, y que si nos viene usted con retruécanos verá usted el escabeche de sabio que resulta.
Aquella revelación, confirmada por su sobrina, fué el golpe de gracia para don Sindulfo, cuya pasión alcanzó el período álgido aguijoneada por los celos. El capitán, más enamorado que nunca de su prima, llegó efectivamente á la corte una semana después, y dos horas más tarde se personaba en Pinto; pero la puerta de la casa le fué herméticamente cerrada por don Sindulfo con la intimación de no volver á poner allí los piés so pena de desheredarle. El primer impulso de Luís fué pedir amparo á la justicia contra la arbitrariedad del despiadado tutor; pero ni Clara tenía la edad legal para que el juez supliese el disenso paterno, ni aun teniéndola hubiera ella contrariado la última voluntad de su madre por la que le obligó á no tomar marido que no fuese de la aprobación de don Sindulfo.
Preciso fué por lo tanto sufrir y esperar. Cuando se quiere y se es querido, todo se soporta con resignación. Pero desde aquel punto la casa fué un infierno, pues las cartas iban y venían por conducto del asistente y de la Maritornes, y al sabio todo se le volvía vigilar sin fruto y enflaquecer sin resultado.
—¡Oh!—exclamaba el infeliz en sú desesperación. ¿Por qué se habrán liberalizado tanto las leyes? Dichosos tiempos aquellos en que un tutor tenía derecho de imponerse á su pupila. ¿Quién pudiera transportarse á aquella época, mal llamada de oscurantismo, en que el respeto y la obediencia á los superiores