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enrique gaspar

no le entraron á la Maritornes por el ojo derecho y ya principió por regalarle á cada uno su mote. Á don Sindulfo le llamaba el tío Pichichi y al profesor de lenguas el locutorio.

Pero ¡oh fragilidad de las cosas humanas! Aquel hombre que llegara hasta los cuarenta años sin experimentar la atracción de las hijas de Eva, no necesitó más que seis meses de consorcio para no saber ya resistir á la influencia de su imán. Desconociendo que su caso con la muda había sido una chanca matrimonial cedida al primer postor, llegó á figurarse que su cara era moneda de buena ley para adquirir á tan bajo precio artículos no averiados, y siempre se la estaba poniendo delante á su sobrina que, inocente y cariñosa, la contemplaba sin ver en ella más que una cara de tío.

Estimulado por lo que nuestro héroe juzgaba el triunfo de sus atractivos y secundado por las sugestiones de Benjamín, siempre dispuesto á lisonjear las debilidades de su protector, un día al cabo de algunos meses don Sindulfo se decidió á declarar á su pupila su atrevido pensamiento, lo que le valió una negativa rotunda, si bien regada con amargo llanto de Clara que no se resolvía á explicar el motivo de su oposición.

—¡Hombre de Dios! venga usté acá—le dijo Juanita saliendo al encuentro de su amo al enterarse de lo ocurrido.—Hágame usté el favor de mirarse las arrugas delante de ese espejo: ¿Cree usté que á mi señorita le ha de gustar casarse con un fuelle?

—¡Deslenguada!—gritó don Sindulfo ciego de cólera.—No dés lugar a que te ponga en el arroyo.

—¿Á mí? Ni usté ni nadie. Estoy aquí por la voluntad de la testaora y me defiende la curia. Yo soy una criada ante escribano.

—Pero ¿en qué se funda para desahuciarme?—preguntó el tutor en tono humilde, probando si por la dulzura sacaba mejor partido.