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para hablar, á ella no se le quedaba nada por decir, que con piés y manos todo lo daba á entender. Yo no sé cuál de estos aparatos locutorios es el que ella puso más en juego durante la comida; lo cierto es que á los postres, don Sindulfo que ocupaba su derecha, estaba á pesar de sus cuarenta años enamorado ya de la chica como un cadete. Por supuesto que todo se lo merecía la hija de su padre, pues no había línea en su cuerpo que no alcanzase el máximo de curva, ni facción que no incitase á cualquiera á ser Espartero no sólo para perseguirlas como en Bilbao sino para abrazarlas como en Vergara.

El viaje se suspendió; las visitas se repitieron; la necesidad de no tener los aparatos físicos encomendados á manos mercenarias para su conservación sirvió á don Sindulfo de tema con Benjamín sobre la conveniencia del matrimonio: el asentimiento de éste alentó al sabio, la demanda fué hecha en debida forma; y el banquero, que siempre tenía garbanzos del Saúco que probar cada vez que se le ponía á tiro un hombre en estado de merecer, dijo que sí con la alegría del enfermo á quien se le resuelve un tumor. La muchacha no hay que consignar si recibió bien la noticia, pues sabido es que tratándose de matrimonio hasta las mudas se alegran.

Estipulóse la dote que fué pingüe, dispusiéronse los regalos de boda, y como entre las condiciones figuraba la de residir en Madrid, los sabios se volvieron á Zaragoza para empaquetar convenientemente el laboratorio. Un mes después, marido, mujer y amigo, se instalaban en la calle de los Tres Peces de la coronada villa.

Mamerta, que así se llamaba la señora de García, salió de un natural excelente; porque el que gustase más de estar con Benjamín que con su marido, nada tenía de particular, si se considera que aquél en su calidad de políglota la enseñaba á hablar por señas en