Según hemos consignado al principio, la dinastía reinante no es china, propiamente hablando, sino tártara mandchur; es decir, invasora, dominante por derecho de conquista, y mirada, por consiguiente, con prevención por los oprimidos. De aquí nace el que, favorecidos por la gran desorganización del Estado, tengan éstos formadas sociedades secretas, que funcionan en el misterio, y cuyo fin, como fácilmente se colige, no es correr tras la libertad en busca del derecho político moderno, sino sencillamente cambiar de yugo. Dos siglos hace que trabajan con este objeto, sin lograrlo.
Hay además otro partido: el extranjerista, compuesto indistintamente de tártaros y chinos, que reconociendo las ventajas de la civilización, pide telégrafos, ferro-carriles, reformas en las costumbres y progreso, en una palabra; pero sus sectarios se hallan en minoría, pues ni el espectáculo del gas incita á la masa tra-