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viaje á china

Como creo que ha de interesarte el relato de una comida á su usanza, voy á permitirme esta digresión. Las mujeres no asisten; la confusión de ambos sexos es degradante para el fuerte, que ve en la madre de sus hijos una esclava y no una compañera. Cada mesa no puede contener más de ocho personas; por consiguiente aquellas se multiplican en proporción del número de convidados. Manteles no los hay; en cuanto á servilletas, cada uno va provisto de un pañuelo de seda que hace sus veces. Los manjares están ya servidos en grandes escudillas de porcelana, rodeadas de otras más pequeñas para las salsas y jugos con que han de adobarse, y que vierte el comensal con una cucharilla de loza, cuando no pringa en el líquido condimento el bocado que, por ser muy grande, ha tenido que llevar tres ó cuatro veces á la boca. Una taza sin asas, para los comestibles, y otra microscópica para el único vino que ellos beben, extraído del arroz y perfumado con una esencia, constituyen la vajilla. El cubierto son los célebres palillos, llamados fachi, que colocan uno en la bifurcación del pulgar y el indice, y otro entre el índice y el anular, mientras el del corazón y el meñique funcionan, á guisa de muelle, para abrirlos y cerrarlos como unas tenazas. Con este aparato cada cual toma de la vasija común el pedazo que más le apetece, y lo traslada á la suya parcial, después de multitud de paseos y baños por las diferentes salseras.

El sitio preferente es el de la izquierda. He aquí ahora el orden del menú: abren la marcha los dulces y las frutas. Síguense á estos las cuatro entradas de manjares finos, entre los que figuran los deliciosos cangrejos con huevos, las no despreciables aletas de tiburón, las insípidas pechugas de codorniz y los repugnantes nidos de pájaro, que nosotros llamamos de