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enrique gaspar

servir ya, porque en China, donde nada se desperdicia, recogen los detritus del té y lo venden á los fabricantes, para mezclarlo con el virgen. La sed de ganancia hace que también el europeo, cuando no hay abuso, pero si rebaja de precio, pase por esta mala fe, que no sospechan los consumidores de Occidente; pero en cambio son muy rigurosos con el peso, por lo que, provistos de un imán muy potente, lo restriegan por los montones de las cubetas, y extraen de ese modo las limaduras de hierro con que se mezcla el artículo. Ahora bien; problema: Cuando un enfermo se propina en España una taza de Pei-Kó, ¿qué es lo que cura, el té, la herradura ó las babas de chino que por tercios entran en su composición?

Reanudemos nuestra visita, en la que es de rigor permanecer cubiertos, porque ya sabes que aquí todo se hace al revés que entre nosotros. El primer cumplido que te espeta el dueño de la casa es decirte que pareces un viejo; la senectud es para el celestial la condición más respetable. Todo lo que es tuyo lo eleva á las nubes con hipérboles extremadamente orientales, y lo que con él se relaciona lo pone á los piés de los caballos. Si le encomias la buena disposición de la casa, te contestará que vive en una pocilga, y si le alabas la hermosura de su mujer, te argüirá que es una bruta (sic).

Después nos hizo pasar á sus oficinas de comercio, donde, con el cajero, tenedor de libros, dependientes y mozos de carga, nos congregamos al rededor de una mesa, abandonándonos á un expansivo banquete de todo género de sucia pastelería.