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enrique gaspar

concubinas de su esposo), apareciendo en lo alto de una escalera, se llevó á mi mujer y á la del señor que me servía de intérprete, á las habitaciones superiores.

La disposición del mobiliario es igual en todas partes. Las sillas, grandes sitiales de tamarindo, de la forma de nuestros sillones de baqueta, pesados como el plomo y negros como el ébano, tienen el asiento y el respaldo de piedra—cuyas vetas simulando montañas y paisajes—les dan un valor fabuloso. Cuando el personaje es muy rico, los muebles están cubiertos de paños color de grana, con bordados de oro y sedas. Arrimados á la pared, de la que nunca se separan, á cada dos sillones sucede una mesita alta, estrecha y con tres estantes, que sirve de pedestal á un jarrón de flores, y de apoyo al té y los dulces con que el que visita es obsequiado apenas llega. Frutas escarchadas, entre las que figuraban guisantes en su vaina, cigarros y otras golosinas, nos fueron ofrecidos en una bandeja circular con radios que constituían otros tantos casilicios. Mi anfitrión se entretuvo mientras hablaba en roer unas pepitas secas de sandía, con cuyos desperdicios, expelidos ruidosamente de la boca, ensució mi Hou-lon, rico cha, como aquí se llama al té, presentado en tazas sin asas, provistas de una cobertera que uno entreabre para beber con la misma mano con que la sostiene, y cuyo objeto es impedir el sorber las hojas que flotan en el líquido.

El chino no usa el agua como bebida; el consumo, por lo tanto, de cha, es incalculable; no le ponen jamás azúcar, ni emplean más que el negro. Su precio varía, desde diez reales hasta treinta y dos duros la libra. Este es el mandarín, que se vende en manojitos de la cantidad de cada toma, atados con cintas de colores.

Allá va una sucinta reseña sobre la elaboración del