influencia, consigue uno ingerirse hasta el santuario de las mujeres, acompañado, como es natural, del gallo del gallinero. Mi mujer y yo hemos tenido la dicha de ser recibidos por la familia de un miembro de la alta banca, y creo que será grato conocer mis impresiones sobre el particular.
Como en China el irá ver á una señora no es aquello de «me voy á pasar un ratito con fulana,» como sucede en nuestros países, sino que el acto, sobre poco frecuente, reviste el carácter de una solemnidad, es preciso tomar día, pedir audiencia como si dijéramos, y acompañar la solicitud con un regalito de tanta más monta, cuanto mayor es la categoría del visitante.
Las viviendas ya tengo dicho que están á cubierto de la curiosidad pública; así es que tienes que atravesar uno ó más patios para encontrar la puerta de la casa, donde el dueño te está esperando, y en la que te recibe con las cortesías propias de su ceremonial. Consisten estas en juntar las manos sobre el pecho, como el oficiante católico al dirigirse al ara, pero con los puños cerrados, que agita repetidas veces al mismo tiempo que inclina la cabeza. Apenas transpuesto el umbral, se tropieza con un gran biombo ó mampara, último tapujo del interior, en que alineadas y puestas sobre piés derechos, se destacan unas planchas (á veces quince ó veinte) pintadas de encarnado y con letras de oro acusando el nombre, títulos, cargo y dignidades del morador.
El zaguán, que en algunas partes es un patio cubierto alrededor con su impluvium en el centro, á la pompeyana, constituye el estrado del marido. Allí me recibió el banquero, mientras su primera esposa, acompañada de una hermanita suya, de sus hijas, y de su servidumbre (entre la que hay que colocar á las