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enrique gaspar

arbusto que más allá simula un león hecho con astas de venado, es una raíz que á fuerza de mutilaciones, injertos, paciencia y sabiduría, ha tomado aquella forma en un transcurso de doscientos años tal vez, y con el concurso de seis ó siete generaciones. Lo mismo digo del carácter chino que está á su lado; con la apariencia de una rama de boj recortado recientemente para aquella circunstancia, es no obstante un tronco con sus brazos y hojas educados desde hace siglos para concluir por simular el nombre de una divinidad, de un emperador ó de un simple individuo. Que hay planta de ellas que vale dos mil pesos, no hay para qué consignarlo.

La calle termina por un inmenso altar á cada lado, defendido por dos gigantes de cartón; cuya cabeza, como los telamones del orden atlántico, sostiene el piso. En el pebetero que hay delante arde todo un tronco, de madera de sándalo. Relicarios de filigrana de algunos metros de tamaño, cajas y linternas de orfebrería, monstruos y quimeras de metal, apoyados en el suelo y enroscándose hasta la bóveda, cascadas de paños bordados de oro y sedas, vasos de jade y otras piedras preciosas; todo está allí hacinado, como si la mano de un Pluto invisible hubiera removido las entrañas del universo para hacer ante la humanidad el inventario de su riqueza.

Hablemos ya de la procesión. Esta en algunos casos suele ir por dentro; pero en el presente va por todas partes, porque es de rigor que pase por la casa de cuantos á ella han contribuído. No se extrañará por lo tanto que el desfile, que dura más de dos horas á paso de marcha, con raras detenciones de un minuto á lo más, empiece á las ocho de la mañana, termine á las seis de la tarde y tenga que reanudarse durante tres días consecutivos.

Relatar todo lo que va en ella y por su turno correspondiente, es tarea superior á mi asendereada memo-