Al principiar el año nuevo, ó sea á las doce de la noche, pues nadie duerme para no entrar en él con malos sueños, todo el mundo—menos la mujer de condición que vive siempre reclusa—échase á la calle á contemplar las iluminaciones, aspirar el olor de la pólvora, asistir á los espectáculos teatrales y decir Kon-ji ó sea «viva» al deudo, pariente ó amigo. Amanece, y desde aquel punto las tiendas, cuyo cierre además de la puerta ordinaria, consiste en gruesos barrotes verticales de madera al exterior, ingeniosamente atrancados por una traviesa que los sujeta todos por dentro, quedan cerradas, á excepción del postigo, para dar paso á las visitas. Estas las constituyen caballeros, que aquel día no parecen millonarios por lo limpios que se ponen, que van á comer alguna golosina y á emborracharse jugando á la morra, ó sea á acertar el numero de dedos que entre los jugadores presentan simultáneamente. Al revés que entre nosotros, el que pierde es el que queda obligado á beber, y el que gana el que paga el vino de arroz, único que ellos conocen y que liban en tazas microscópicas de porcelana. Aunque la embriaguez llega á su colmo en estas fiestas de Baco, ni hay que deplorar nunca una consecuencia triste, ni en esta ni en otra época del año se encuentra un chino beodo por la calle. La morigeración de este pueblo, en lo que á costumbres públicas se refiere, es ejemplar. ¿Será la civilización el germen de nuestros vicios? Creamos que no, y pasemos adelante.
Por supuesto que en ese día no puedes contar con ninguno de tus servidores; tienes que andar á pié, prescindir de recados y darte por muy feliz si, en gracia de los aguinaldos recibidos, alguno de ellos se digna hacerte la cama y darte de comer algo frito, para acabar pronto. Desde muy temprano vienen todos á prosternarse en tu presencia, y en seguida echan á correr al bazar á comprarse zapatos, de que hacen provisión