¡Horror! ¡Abominación! ¿Y para esto he empleado treinta y ocho días y me he expuesto á las contingencias de un viaje de tres mil leguas? Figúrate unas casuchas de ladrillo gris azulado, sin enlucido de yeso, ni por dentro ni por fuera, con una puerta y una ventana embutidas en dos pilares de mampostería, porque es preciso que así sea, á fin de que no entren los espíritus maléficos. Unos gruesos barrotes de palo en sentido vertical hacen de cancela. En cada una de estas viviendas habitan treinta ó cuarenta individuos, la mayor parte con el torso desnudo, destilando pringue, viviendo entre estiércol, en compañía del marrano y de las gallinas, ejerciendo su industria en colaboración con otro artesano de índole distinta. Así media tienda pertenece á un sastre y la otra media á un platero ó pintor de retratos.
Todo son abacerías, expendedurías de verduras, pescado salado y objetos de culto para las pagodas, tocinerías, zapateros remendones, armeros y artículos de ferretería oxidados por el moho y la incuria. En fin, el rastro de la grasa, de la fetidez y de la basura elevado al infinito. Ya hablaremos de ello al ocuparnos detenidamente de los usos y costumbres locales. Por hoy basta, pues al ver que en vano sería buscar en Hong-Kong la tan deseada tela del abanico, me falta tiempo para abandonar este muladar indígena y hacer rumbo hacia Macao.