Pero dejemos ya todo lo que huela á Europa y corramos en busca de cosas celestes.
En Queen 's road, ó sea en la arteria principal, alternan con establecimientos europeos, multitud de tiendas chinas, cuyo aspecto en nada difiere de las que vemos en nuestra casa, á excepción de las mercancías que en ellas se expenden.
Trabajos en marfil, filigranas de plata, vasos de porcelana, pendientes de jade (piedra verde de gran valor en estas regiones), juegos de ajedrez, abanicos de concha y de laca, muebles de maqué y otras industrias parecidas, yacen en anaquelerías y escaparates, relativamente limpios, pero sin agrupación artística. Las muestras de los bazares son unas planchas de madera rojas ó negras, colocadas en las puertas verticalmente y de canto como columnas, con caracteres chinos de relieve y dorados, que constituyen el mejor adorno posible, pues sabido es que la escritura china es un acabado modelo de elegancia en dibujo. En el fondo y detrás del mostrador, uno ó dos chinos macilentos aguardan su presa. El mueblaje es invariable, como el de todo el Celeste Imperio. Sillas ó sitiales, en ángulos rectos, de una madera oscura, casi negra, con mas ó menos tallado, según su riqueza, y con asiento por lo común de piedra, con unas mesas pequeñas, rectangulares también, con su tapa de mármol incrustada en el marco. Con estas tiendas alternan algún bazar japonés, con sus elegantes productos de idéntica fisonomía, pero más artísticos que los chinos, y mercaderes parsis é indostanes con sus cachemires, telas de la India y mantones de capuchas, hechos con retalitos del tamaño de dos reales, cosidos entre sí, y que parecen remiendos, de los que no compré uno porque no me pidieron por él más que mil pesos, y era usado.
Por fin, á la terminación de Queen 's road, en el extremo occidental de la ciudad, empieza el barrio chino.