En este puede decirse que vive la parte europea masculina de Hong-Kong. Es su Bolsa. Allí escribe su correo en magnífico papel que, á granel, y con preciosos membretes, anda tirado por las mesas, y recibe la correspondencia que en un cuadro está á merced del que la quiera tomar, sin que se le ocurra hacerlo nunca mas que al interesado. En el salón de lectura hay todos los periódicos notables del mundo; de la biblioteca, rica en obras sobre la China, toma el socio los volúmenes que le da la gana y se los lleva á su casa, dejando en cambio un recibo. Hay un bar-room, ó sitio de bebidas, un lunch-room o puesta de fiambres para el tente-en-pié, y un diner-room ó comedor, donde almuerza y come muchísima gente, teniendo sus platos huecos, que se llenan de agua caliente en el invierno, y su hielo, pancas y ventiladores para el verano. Existen trece dormitorios, con el objeto de que el socio que llegue de fuera esté seguro de tener cuarto donde pasar la noche, aunque las fondas estén atestadas. Y al efecto, cada uno que se sucede toma su turno; de modo que cuando arriba un décimo-cuarto huésped, el número uno se va con la música á otra parte, pues se supone que ya ha debido tener tiempo de procurarse posada. Lo que se consume no se paga hasta fin de mes, á la presentación del ticket, ó boleta, que por cada cosa ha firmado el socio, así es que los dependientes, todos chinos, no pueden robar ni un céntimo. Magníficos billares, tocadores espléndidos y salones confortabilísimos completan este prototipo de casinos, cuya administración corre á cargo de un solo dependiente inglés con el título de secretario.
La vida es cara en Hong-Kong. Una casa, no muy grande, cuesta ochenta duros al mes y ciento cincuenta el orificarle á uno cinco muelas. En las fondas se paga cuatro duros por día, sin los vinos, y cinco reales en el Club por una copa de licor cualquiera.