El sombrero es la tierra; la gasa el vaho. Éste sube y se condensa; pero aquella gira y lo envuelve del mismo modo que la faja se lía en la cintura del chulo ó el turbante en la cabeza del musulmán. Y aquí tienen ustedes cómo por esta rotación la primera capa del crespón oculta ya la seda del sombrero como la primera película sólida del globo ocultó la masa ígnea del planeta. La gasa aparece llena de pliegues y hendiduras. ¿Qué representan? Los montes y las llanuras obra del tiempo. ¿En dónde se ha producido este tiempo? En la atmósfera. ¿Es decir que el Himalaya y la montaña del Principe Pío; el valle de Josafat y el de Andorra nos han caído de las nubes? Indudablemente. ¿Cómo? Así: los espantosos huracanes que entonces reinaban, barrían hacia un punto dado las sustancias en fusión de la superficie de la Tierra que, aglomeradas y acumuladas, formaban puntos prominentes, del mismo modo que cuando soplamos en un plato de sémola, la sopa se llena de montoncitos. Por otra parte las continuas descargas eléctricas abrían zanjas en la corteza del esferóide ó la deprimían produciendo cauces por los que corría la masa incandescente que son los filones de hoy. Vinieron por último las lluvias torrenciales que, enfriándolo y solidificándolo todo, dieron lugar a la formación del térreno primitivo ó sea de la primera capa consistente (contando de abajo arriba) de esta corteza de ochenta kilómetros que nos sirve de pedestal.
«Poco á poco, me objetará alguno: Yo no veo en esas revoluciones atmosféricas sino agentes modificadores de las propiedades del globo; pero nunca la idea del tiempo. Obra de éste es indudablemente el mundo; sin embargo, la razón no admite que los minerales, los vegetales y los animales que en sí encierra, sean producto del rayo, del huracán ó de la lluvia.»
¿Qué es el tiempo? preguntaré yo contestando. El tiempo es el movimiento; en la inacción no hay ni an-