barrios amenazados por el incendio salvando sus muebles, los culis transportándolos á hombros en medio de la gritería más espantosa y de la confusión menos descriptible, toda la fuerza armada de la plaza y la de los buques surtos en la bahía prestando su concurso, el gas apagado, las calles convertidas en ríos y en campamentos, la dinamita y el cañón derribando manzanas enteras, y en el fondo aquella hoguera colosal, de la que, como chispas, se desprendían millares de linternas en todas direcciones, y que convertía el mar en un espejo de fuego: comprendí á Nerón.
La vida en Hong-Kong, como país comercial, tiene pocos atractivos. Algunas familias desperdigadas pasean por este ó el otro vericueto, como medida higiénica; pero sin un punto fijo de cita para el high-life. Hay alguna que otra reunión, y un teatro inglés, al que apenas asisten señoras: verdad es que éstas son escasas. En cambio el hombre se divierte mucho á la inglesa, es decir, haciendo excursiones campestres y desarrollando las fuerzas físicas en ejercicios gímnicos, Como no hay cafés públicos, existen un club alemán, otro portugués y otro parsi, pero ninguno puede compararse al británico, que es un verdadero modelo. El ingreso cuesta treinta duros y cuatro la cuota mensual; el edificio, suntuoso, pertenece á la sociedad, que ya no sabe en qué invertir el dinero que le sobra; del seno del mismo club emanan multitud de sociedades de sport, tales como el club de regatas, el de carreras, el de declamación, el de conciertos, el juego de pelota con variadísimas manifestaciones, la lucha de la maroma, en la que dos bandos tiran de los extremos de una cuerda hasta atraerse el uno al otro; por supuesto que para cada cosa tienen su magnífico local ad hoc, no siendo el menos notable las praderas que les sirven de trinquete; el gobernador y los notables presiden muchas de estas fiestas, y á todas tiene derecho el miembro del club general.