Coloca sobre la cabeza un solideo; afeita todo lo que no esté cubierto por él; deja crecer hasta donde quiera el pelo que aquel encubre; haz después una trenza que, con el auxilio de cordones, casi siempre negros, pero alguna vez azules ó encarnados, llegue hasta los tobillos, y tendrás la idea exacta del peinado chino, desde el primer mandarín hasta el último culi, sin más diferencia que, mientras las clases acomodadas se afeitan semanalmente y llevan los cordones limpios, el pobre lo toma por semestres y cambia de cordón cuando la miseria se ha comido el primero. Algunos fashionables dejan crecer alrededor de la mata una como aureola de pelos cortos, que flotan á merced del viento y que acaba de embellecerlos. Agrega á todo esto las rarezas de configuración de aquellas cabezas, cuyos defectos nada hay que disimule; los chirlos, las protuberancias y las cicatrices de todo género que las ornan, y calcula los purgantes que ha debido uno tomar hasta acostumbrar el estómago y la vista.
Ya que de pelos me ocupo, consignaré que la barba en los chinos son diez ó doce hebras de esparto, brotadas al azar, y que les está prohibido por sus leyes y costumbres llevar bigote hasta que han cumplido cuarenta y ocho años, ó tienen nietos, ó bien á los veintiocho si son mandarines.
Pasemos á las mujeres. La soltera se echa atrás todo el cabello, rematado por una trenza larga, en cuyo tronco lleva liada una cinta de color, formando un anillo; saca de la sien izquierda un banda de pelo como de tres dedos de ancha, lo que consigue abriéndose una pequeña raya vertical, y se circuye lo alto de la frente con aquella faja, que va á mezclarse con el resto de la cabellera por el lado opuesto. Como ves, las hijas de Eva conservan toda su integridad capilar, si bien son tan lampiñas como los chinos, pues las cejas y las pestañas hay que verlas con microscopio.
El peinado de la casada es muy difícil de explicar: