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ros para Pondichery, Madras, Calcuta y Bengala en el E. de la India, y de los que se dirijan á Bombay por el ferro-carril del continente. Volvamos al Tigris y zarpemos. En cuatro días cruzamos el golfo de Bengala. El 8 se aparece Penang, el portero inglés de los Estrechos, con su artillería correspondiente, formando pendant con la punta de Achem, de la isla de Sumatra, en la Occeanía. Al amanecer del 9 concluímos de pasar el estrecho de Malaca y atracamos junto al muelle de Singapore. Estamos sobre el Ecuador; un grado más y cortamos la línea.


La entrada á esta posesión inglesa es uno de los espectáculos más bonitos que puede soñarse y comparte justamente la admiración del viajero con el Bósforo, el Rhin, el Danubio, la bahía de Río de Janeiro y el golfo de Nápoles. Imagínate que Singapore es un gigante cuyos enormes piés, que son las costas, están bañados por el agua. El vapor se desliza por la punta de sus dedos; pero cada vez que cruza una de sus bifurcaciones, viene á sorprenderte un panorama pintoresco y variado, que te lleva de sorpresa en sorpresa. Entre una vegetación, si no tan exuberante, por lo menos tan coqueta como la de Ceylán, ves aparecer en la cumbre los bungalows, ó casas de campo inglesas, con sus galerías corridas bajo una serie de arcadas, mientras por abajo, en los repliegues de los dedos, pueblos enteros de chozas plantadas sobre estacas, se reflejan en las ondas, de las que brotan árboles copudos y en que se bañan las aves domésticas. Cada una de aquellas ensenadas parece un Nacimiento.

Aquí la raza es ya amarilla, con ese tinte enfermizo que caracteriza al malayo.

Elegantes y ventilados cochecillos llamados palanquines, tirados por caballitos malabares, de la alzada