hibiendo la sedosa felpa del sombrero, dijo, señalando el cilindro libre de toda envoltura:
—He aquí la Tierra en su estado incandescente tal y como á Dios le plugo arrojarla en el espacio infinito. Como veis, está fija, inmóvil; pero de pronto, la irradiación representada por esta gasa produce un desprendimiento; este por la repercusión origina una dislocación en el globo y la esfera principia á girar sobre su eje dando lugar al tiempo que no es otra cosa que el movimiento incesante.
Y así diciendo, mientras con la mano derecha tendía la gasa simulando una columna de humo que se elevase, con la izquierda imprimía una imperceptible rotación al sombrero.
—Mirad el tiempo—proseguía señalando el crespón.—¿Queréis saber cómo por una sucesión no interrumpida de segundos se convierte en minerales, en plantas y en seres orgánicos? ¿Cómo del alga llega al jardín de aclimatación, del caolín al aderezo de diamantes, de la caverna á la arquitectura, del trilobito con sus tres lóbulos, á la frente del hombre y al cálculo infinitesimal? Seguidle conmigo á su laboratorio atmosférico.
La estupefacción estaba pintada en todos los semblantes. El doctor dejó escapar una sonrisa de triunfo, heraldo de su convicción, y remondándose el pecho continuó así: