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viaje á china

Nuestro vapor se ve rodeado por infinidad de barcazas, tripuladas por seres que parecen monstruos salidos del Averno, y que en un inglés sui generis, te brindan con llevarte á tierra. Los niños, que de cinco ó seis años ya manejan sus embarcaciones, tienen el aspecto de monos; como el simio, rechinan los dientes, y como él tienen los piés y las manos aplastadas, y muy largas las falanges. Han nacido para vivir en el agua, y es de ver como, por una pequeña retribución, se precipitan desde la borda del Tigris, atraviesan su quilla de babor á estribor, luchan entre sí y pescan la moneda, que muchas veces el remolino ha conducido al fondo. Otras, como en el viaje anterior al del Tigris, acontece que un tiburón se encarga de dirimir la contienda, devorando á alguna de aquellas pobres criaturas.

Lo que llama poderosamente la atención, es que la mayor parte de aquellos negros ostenta una cabellera rubia como un hijo de las orillas del Támesis. Confieso que mi primera intención fué creer que la influencia del dominio inglés entraba por algo en aquel mesticismo de la raza; pero luégo supe que sólo se debe á la moda, que allí, como en todas partes, hace sentir su presión. Parece, en efecto, que este es un signo de distinción entre los habitantes del golfo de Aden, y que para obtener el resultado que se proponen, se untan la cabeza, después de raspada, con una mezcla de cal y no sé qué otra sustancia; y lo prueba el que muchos de ellos llevaban su hedionda plasta sobre el occipucio, pareciendo como atacados de alguna asquerosa enfermedad cutánea. Después dejan crecer el pelo, que, crespo y de colores distintos, les abulta la cabeza en tres ó cuatro veces el tamaño natural, y excuso decirte si, al ver correr hacia ti á un fenómeno semejante, no echas mano al revólver, como medida de precaución.

Lo primero que, después de los cañones, se ve al tocar tierra, es el barrio comercial, con sus agencias,